Obesidad y placer alimentario: un vínculo roto que podría tener solución

Un reciente estudio internacional revela cómo el exceso de grasa corporal interfiere con los circuitos cerebrales del placer al comer, y apunta a una posible vía terapéutica.

Redacción GeoGastronómica
26 de mayo de 2025
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Podcast # 2: Obesidad y placer alimentario, un vínculo roto que podría tener solución

Un cortocircuito en el cerebro del placer

Comer es mucho más que satisfacer una necesidad fisiológica: también es una experiencia emocionalmente gratificante. Pero, ¿qué ocurre cuando esa satisfacción desaparece? Una investigación publicada en la revista Nature ha arrojado luz sobre cómo la obesidad podría alterar los mecanismos cerebrales que hacen placentero el acto de comer, una disfunción que podría estar en el corazón de la relación entre el exceso de peso y los hábitos alimentarios compulsivos.

El estudio, desarrollado por científicos de China, Estados Unidos y Suiza, se centró en ratones con obesidad inducida por dietas altas en grasas. En estos animales, los investigadores detectaron un fallo en el sistema de recompensa cerebral, concretamente en la comunicación entre el núcleo accumbens lateral y el área tegmental ventral, dos zonas estrechamente vinculadas a la motivación y al placer. 

Lo explica muy bien, en un artículo publicado en The Conversation, José Miguel Soriano del Castillo, catedrático de Nutrición y Bromatología del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universitat de València. “En el estudio lo que observan es que en los ratones alimentados, en principio, con una dieta muy grasa durante un periodo de tiempo, el llamado circuito de placer, que es el que nos hace disfrutar la comida, funciona mal. Aunque los ratones seguían normalmente prefiriendo esa comida grasa, si podían escoger, dejaban de mostrar entusiasmo por ella cuando lo tenían fácil, como si la comida, además, no les produjera tanto placer”.

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La alteración parece estar relacionada con una menor presencia de neurotensina, un neuropéptido clave en la transmisión de señales entre esas dos regiones. Aunque los ratones seguían mostrando preferencia por alimentos grasos, su interés por consumirlos disminuía cuando no tenían que esforzarse por obtenerlos, una situación que recuerda al acceso constante y sin restricciones a la comida en el entorno humano actual.

Lo más revelador fue que, tras volver a una dieta normal durante dos semanas, los animales no solo recuperaron los niveles de neurotensina, sino también su respuesta placentera frente a la comida. Este hallazgo indica que el proceso podría ser reversible, algo que abre nuevas posibilidades terapéuticas.

Hambre, placer y un sistema que se desajusta

Los hallazgos están en línea con investigaciones previas que han descrito cómo la conducta alimentaria está regulada por dos grandes sistemas cerebrales: el homeostático, que responde a la necesidad energética del cuerpo, y el hedónico, que se activa por el placer de comer. Este último se basa en circuitos que liberan dopamina, el neurotransmisor asociado al disfrute, y es especialmente sensible a alimentos ricos en grasa y azúcar.

Cuando el sistema hedónico se expone de forma continua a este tipo de estímulos, puede desensibilizarse, creando una especie de “tolerancia” similar a la que ocurre con ciertas sustancias adictivas. En humanos, se ha observado que las personas con obesidad presentan una menor densidad de receptores dopaminérgicos D2, lo que podría explicar su necesidad de consumir más o alimentos más sabrosos para experimentar placer. Para el profesor Soriano del Castillo, este descubrimiento llama la atención porque “el argumento que siempre teníamos a nivel científico es que la parte hedónica de los alimentos permitía a los pacientes obesos justamente consumir más. Pero no es del todo cierto, porque normalmente cuando lo vemos con pacientes obesos se observa la alternativa de que de repente no disfrutan tanto. Y tiene que haber un trasfondo químico, hormonal detrás”.

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Neurotensina, la nueva clave del tratamiento

La neurotensina ha ganado protagonismo en este contexto. Investigaciones lideradas por las científicas Katie D. Thompson y Gina M. Leinninger han descrito su papel multifuncional: en el intestino, facilita la absorción de grasas, mientras que en el cerebro participa en la regulación de la saciedad y el sistema de recompensa.

La pérdida de señalización de neurotensina en el cerebro podría ser un factor determinante en la reducción del placer al comer que experimentan algunas personas con obesidad. Pero hay motivos para el optimismo: el estudio en Nature demostró que restaurar los niveles de esta molécula en el cerebro de los ratones no solo reactivó su interés hedónico por la comida, sino que también moderó su ganancia de peso. Manipular esta vía se perfila así como una estrategia prometedora en el tratamiento del exceso de peso, “es intentar averiguar si realmente esa neurotensina aparece también en los pacientes obesos y de alguna manera si también es reversible”, apunta Soriano del Castillo, quien se muestra optimista, aunque reconoce que quizá sea una conclusión precipitada pero “yo creo que sí, que probablemente será esa alternativa porque incluso otro tipo de hormonas que se han visto a nivel de alimentación aparecen en animales de laboratorio y aparecen en humanos, pero no deja de ser algo que nos amplía un poco la vía y la vista hacia lo que es realmente tanto el placer de comer como la sensación neurológica que esto produce”.

La solución: un cambio de dieta

La pérdida del disfrute al comer no solo tiene implicaciones emocionales; también puede perpetuar el problema. Cuando el placer se desvanece, es común que se busque compensarlo comiendo más o recurriendo a sabores más intensos, lo que incrementa la ingesta calórica sin resolver el déficit emocional. Esto genera un círculo vicioso que dificulta aún más adoptar hábitos saludables.

El hecho de que el sistema cerebral alterado pueda recuperarse con cambios dietéticos es una noticia alentadora. Cambiar la dieta para acabar con la obesidad, parece una obviedad pero no es tan sencillo. Los expertos advierten que esta reversión puede requerir tiempo, constancia y condiciones favorables. “Si conseguimos encontrar esos patrones que puedan intervenir en el proceso de adelgazar, incluso tener una sensación de placer a la hora de comer, estaríamos jugando con una doble vertiente. Entonces, a lo mejor, la dieta sería más fácil de realizar y, a lo mejor, tendría más éxito”, concluye el profesor.

Si conseguimos encontrar esos patrones que puedan intervenir en el proceso de adelgazar […] a lo mejor, la dieta sería más fácil de realizar y, a lo mejor, tendría más éxito.

Una nueva mirada a la obesidad

Este tipo de investigaciones refuerza la idea de que la obesidad no debe entenderse únicamente como un problema de voluntad individual. Se trata de una condición compleja en la que el cerebro responde de manera diferente a los estímulos alimentarios. Profundizar en los mecanismos biológicos que reducen el placer al comer puede ser clave para diseñar tratamientos más eficaces y, al mismo tiempo, combatir el estigma que recae sobre quienes viven con esta enfermedad.

El futuro del abordaje de la obesidad puede estar no solo en lo que comemos, sino en cómo lo sentimos. Restaurar el vínculo entre alimento y placer podría ser un paso decisivo para recuperar la salud y el bienestar.

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